Hace pocos días estaba tomando una cerveza en la zona de ocio de un centro comercial de una ciudad, de cuyo nombre no quiero acordarme, y mientras conversaba con unos amigos sobre temas banales, por aburrimiento, deformación profesional o curiosidad –vaya usted a saber–, se me fue la vista a la zona de techo al otro lado del atrio. Una tubería con un accesorio flexible llamó mi atención. Prácticamente al final del accesorio colgaba un rociador contra incendios, todo ello pintado de negro.
Después de procesar la imagen, instintivamente desplacé la vista a izquierda y derecha y esa configuración se repetía una y otra vez, en los bordes del atrio y en el techo de toda la zona en la que me encontraba (más tarde comprobaría que se extendía por toda la planta). Toda la planta disponía de una instalación de rociadores contra incendios en el interior del falso techo y otra por debajo del mismo, con rociadores conectados con un latiguillo flexible a la tubería del sistema del techo y siguiendo la misma distribución.
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